En un acto epifánico e inexplicable, un militar decide detener el fuego en las alturas andinas y salvar la vida de un niño adoctrinado por Sendero Luminoso, Lurgio Gavilán. Décadas después, tras el fragor de la lucha y el tiempo de las heridas, aquel niño convertido en hombre busca a su antiguo salvador para intentar comprender las motivaciones de su afecto y su dureza. Como toda epístola, Carta al Teniente Shogún apela a un interlocutor, aunque de éste sólo conocemos lo que el autor revela. Las armas que utiliza son retóricas e intelectuales, y aunque su propósito es personal, su motivación es filosófica: ¿qué lleva a un hombre a matar a otro? ¿Cómo se convierte una vida construida entre campos y arroyos en una tragedia sangrienta a través de cordilleras y cuevas? ¿Cuál es el lenguaje que debe utilizarse para referirse a los familiares perdidos, a las víctimas apuñaladas y a los pueblos arrasados? ¿Y cuál para los colibríes? ¿Quién y cómo ejerce el poder y ante quién debe rendir cuentas?