Cuando Walaycho tenía su programa radial Qosqo Illariy, yo era un niño, vivía en Calca (Valle Sagrado de los Incas), y no iba a la ciudad de Cusco sino una vez al año, cuando mi padre llevaba en camión la cosecha de cebada a la cervecería. Por entonces se le escuchaba en las tiendas de abarrotes, en las chicherías, en los puestos de venta del mercado, en la barbería del peluquero Sarmiento; los mayores preferían la sección de huaynos, yo prestaba oídos al segmento de los mensajes. La primera vez que oí me subyugó el ánimo resuelto, chancero y ganoso con que transmitía los mensajes en quechua; era efusivamente ocurrente. Todo Cusco lo escuchaba. Su voz trascendía los puertos y abras, llegaba nítido río abajo, a las comunidades, a los arriendos cafeteros, cocaleros. Era una suerte de héroe cultural de la región. Incitaba a hablar en runasimi, promovía bandas típicas, ponía al aire conjuntos musicales en vivo, organizaba y dirigía concursos de carnavales autóctonos
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