Benjamin Franklin (1706-1790) fue, «avant la lettre», el hombre representativo americano que podría haber figurado en la ilustre galería de retratos literarios de Emerson. Franklin, habitante de las colonias inglesas, presenció, y casi selló con un célebre discurso, el nacimiento de los Estados Unidos como primera democracia moderna, solicitando a los demás delegados de la Convención Federal reunidos en Filadelfia la recomendación unánime de la Constitución americana. La escritura de Franklin, sin embargo, tiene su raíz en la ética puritana, cuya poderosa y brillante imaginación había dado a luz una de sus lecturas favoritas, «El progreso del peregrino» de John Bunyan. Descendiente espiritual de aquellos «Pilgrim Fathers», el infatigable y polifacético Franklin transmitió a su época en el texto de su «Autobiografía» la necesidad de seguir cultivando una ética que no descuidara las fuentes clásica y judeocristiana de nuestra cultura (Imitate Jesus and Socrates), a la vista de las oportunidades que brindaba la vida en el Nuevo Mundo. La «Autobiografía» de Franklin, plagada de las anécdotas y enseñanzas de su larga vida, inacabada por definición, como el mundo en que se había gestado, iniciada como una carta a su hijo y continuada como un testimonio ante sus conciudadanos, conserva todo el valor promisorio de los textos fundamentales de la tradición norteamericana.