"El miedo es la principal fuerza psíquica explotada por los gobernantes para afianzar su poder. Y no por casualidad, pues esta turbación del ánimo se halla fuertemente arraigada en el acervo genético de nuestra especie. Al explotar el temor al otro (al caos, a la anarquía, al nihilismo, al terrorismo, al extranjero, al inmigrante, a la nación periférica, al disidente, al libertino) y canalizar el odio subsecuente contra el destructor del orden mítico, el poderoso mantiene con impunidad las desigualdades internas de la sociedad que domina. En vez de reprimir la ira del estado llano ahogado por la injusticia, la redirige contra un objetivo adecuado a sus intereses.
A ello se debe que la explotación política del miedo en el mundo contemporáneo tenga dos funciones esenciales: la primera, hacer olvidar la injustificable desigualdad producida por el capitalismo postindustrial dirigiendo la fuente de la angustia y el resentimiento popular hacia un objeto distinto del causante del problema; y la segunda, mantener al pueblo unido y dócil ("cohesionado") bajo la figura del líder protector ("firme", "sensato", "estabilizador") que la minoría dominante propone como salvador de la mayoría que en realidad está explotando."