En Canto a mí mismo Walt Whitman, profeta del sí incondicional a la vida, invita al hombre y la mujer común, a aquellos que trabajan con las manos y sienten en el pecho, a todos los cualquiera, a la heroicidad de la alegría, epopeya en la que, al final, todos los corazones laten al unísono. No se trata de un destino de superficial dicha y mera igualdad, sino que se trata del gozo del esfuerzo, de la energía de la vida, del poder de hacer de la vida misma un espacio donde cabemos todos.