Eva, la pequeña húngara de la ciudad de Oradea, que emprendió la escritura de un diario, como tenían por costumbre tantas niñas aplicadas, el 13 de febrero de 1944, y lo dejó cuatro meses más tarde, ya internada en el gueto de su ciudad, poniéndolo a salvo a última hora, como si intuyera la importancia de su testimonio, en manos de la que había sido cocinera de la casa de sus abuelos. Hay libros que nos cambian; hay que dejarse transformar por ellos. No sé es la misma persona tras leer el pequeño diario de Eva. Una acaba estas páginas y quisieran emprender una peregrinación hasta Oradea: visitar la casa de los abuelos, el barrio que la niña recorría en su bicicleta, ir andando al colegio en el que estudiaba, imaginar los días de diario de aquellos niños cuando aún podían disfrutar de una infancia normal Leyéndolo tiene una la sensación de devolverle la vida a Eva y, en cierto modo, es así.